martes, 17 de marzo de 2009

Persecución

...La mujer de unos 70 años rodea una gran columna, de esas que soportan la biblioteca. Tiene cara de terror. Sus ojos desorbitados transmiten miedo e inseguridad, buscando una salida, huyendo de algo o de alguien, asomándose por un lado y por otro.

...En el lado opuesto de la columna, una mujer unos 20 años más joven. Cara de tristeza mezclada con desesperación, con movimientos vagos y algo cansinos, cargada con bolsas, parece estar buscando algo o a alguien, asomándose por un lado y por otro.

Los ojos de ambas mujeres se encuentran, y la más mayor se asusta, se agita.

Esa mujer de las bolsas le ha encontrado de nuevo. No sabe por qué le sigue, no sabe qué quiere de la pobre anciana, no sabe por qué conoce su nombre...

La espía consigue hacerse con el brazo de la señora, pero ésta se suelta de un tirón, se da media vuelta y sale corriendo, todo lo que sus años le permiten, alejándose de la entrada al edificio. Mira hacia atrás de vez en cuando. Se para. Camina.

Pero la incansable espía sigue a su presa, con aire cansado. Simplemente camina hacia ella. Tarde o temprano sabe que la alcanzará...

...y la alcanza. La perseguida se vuelve, y asustada se esconde tras unos estudiantes. Pero su enemiga la descubre, y en un ataque de nervios da un pequeño salto al tiempo que agita violentamente sus brazos hacia aquella desconocida, y todos los presentes podemos escuchar un grito: "¡BASTA!".

La mujer de las bolsas parece decir algo en un tono bajo, cansino y tranquilizador, pero imposible de escuchar.

La anciana se da media vuelta, y de nuevo sale andando hacia la carretera, acelerando cada vez más el paso. Un coche pasa a su lado rápido, y poco falta para que acabara la persecución. Pero consigue seguir, ahora calle arriba, mientras su sombra la sigue de cerca, meneando la cabeza con impotencia.

La que va primera vuelve la mirada de nuevo, y al ver que la desconocida sigue detrás, echa a correr... y en unos segundos las dos personas desaparecen tras los edificios.




Debe ser muy angustioso que te persigan sin saber por qué. Debe ser frustrante no poder desacerte de tu propia sombra. Debe ser muy duro no recordar, sentirte solo e indefenso... pero más duro debe ser ver cómo tu propia madre no te reconozca, y que huya de ti.


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